dissabte, 1 d’agost del 2009

La decadencia de la mentira de Oscar Wilde




CYRIL.- He de admitir que la teoría es muy interesante; pero para completarla tendrías que demostrar que la Naturaleza, no menos que la Vida, es imitación del Arte. ¿Estás dispuesto a probar eso?

VIVIAN.- Claro que podría, mi querido amigo.

CYRIL.- ¿Así que la Naturaleza sigue al paisajista y copia todos sus efectos?

VIVIAN.- Así es. ¿A quiénes si no a los impresionistas debemos esas admirables brumas oscuras que caen suavemente en nuestras calles, esfumando los faroles de gas y transformando las casas en sombras espantosas? ¿A quiénes sino a ellos y a su maestro debemos las difusas nubes plateadas que flotan sobre nuestros ríos, formando sutiles masas de una gracia moribunda, con el puente en curva y la barca balanceándose? El extraordinario cambio que ha sucedido el clima de Londres durante estos diez últimos años se debe por entero a esa escuela artística particular. ¿Te hace gracia? Considera el tema desde el punto de vista científico o metafísico, y verás que tengo razón. En efecto: ¿qué es la Naturaleza? La naturaleza no es la madre que nos dio a luz, es creación nuestra. Es en nuestro cerebro donde cobra vida. Las cosas son porque las vemos, y lo que vemos y cómo lo veamos depende de las Artes que nos hayan influido. Mirar una cosa es muy distinto de verla. No se ve una cosa hasta que se ha comprendido su belleza. Entonces y sólo entonces adquiere existencia. En la actualidad la gente ve nieblas no porque haya nieblas sino porque poetas y pintores le han enseñado la belleza misteriosa de tales efectos. Podrá haber habido nieblas en Londres desde hace siglos. Hasta me atrevo a decir que no han faltado nunca. Pero nadie las veía, y por lo tanto nada sabemos de ellas. No existieron hasta el día en que el Arte las inventó. Y ahora hay que reconocer que se abusa de ellas. Se han convertido en burdo amaneramiento de una pandilla, y el exagerado realismo de su método provoca bronquitis en las gentes obtusas. Allí donde el hombre culto capta un efecto, el inculto coge un resfriado. Así pues, seamos compasivos e invitemos al Arte a volver su mirada maravillosa en otra dirección. Ya lo ha hecho en realidad…



La decadencia de la mentira de Oscar Wilde