dissabte, 22 d’agost del 2009

Efecto submarino


25- ¿Es conveniente que una mujer embarazada se ponga la banda abdominal del cinturón de seguridad por la parte posterior de la espalda?

a. Sí, para evitar daños en el feto en caso de accidente.

b. No, porque el cinturón estaría mal puesto y se produciría efecto submarino.

c. Sí, si nos es más cómodo.



Sucesión inmediata de deducciones

La 1º…tiene buena pinta

La 2º… Efecto submarino??? Q clase de tomadura de pelo???

La 3º? No puede ser, la comodidad no es un factor posible

Y, pese a estar escuchando Supersubmarina en dicho instante elijo la 1º……Meeeeec

Premio quien votó por la 2º porque así es.

Me he informado sobre Cinturones de Seguridad y he hecho un resumencín.
A leerlo y A cumplir
lo se ha dicho!

El efecto submarino o "submarining" del cinturón se produce cuando la porción del cinturón sobre la cadera se desliza a consecuencia del movimiento y las fuerzas provocadas por el ocupante durante la colisión, y penetra en el abdomen con el consiguiente riesgo de lesiones internas. Para evitarlo, además de la correcta colocación del cinturón los asientos se diseñan con cuñas interiores que evitan este efecto.


REQUISITO:

Ajustarlo al cuerpo lo más posible.

PROHIBIDO:

Usar pinzas y ropas abultadas

CONVIENE:

Tirar hacia arriba ligeramente la banda pectoral para ceñirlo

IMPORTANTE:

Ajustar la altura del anclaje superior del cinturón si es posible

ESTARÁ MAL SI: su posición es demasiado elevada porque rozará el cuello
si queda muy a la izquierda del hombro podrías ser despedido

CORRECTO:

Que apoye sobre el hombro y quede bien centrado que pase entre los pechos

EL CINTURÓN ES EFICAZ PARA LAS EMBARAZADAS

Hay que ser precavidos y colocar la porción baja del cinturón por bajo del feto quedando este entre cinta y cinta


LISTEN TO: Supersubmarina - Supersubmarina


dissabte, 1 d’agost del 2009

La decadencia de la mentira de Oscar Wilde




CYRIL.- He de admitir que la teoría es muy interesante; pero para completarla tendrías que demostrar que la Naturaleza, no menos que la Vida, es imitación del Arte. ¿Estás dispuesto a probar eso?

VIVIAN.- Claro que podría, mi querido amigo.

CYRIL.- ¿Así que la Naturaleza sigue al paisajista y copia todos sus efectos?

VIVIAN.- Así es. ¿A quiénes si no a los impresionistas debemos esas admirables brumas oscuras que caen suavemente en nuestras calles, esfumando los faroles de gas y transformando las casas en sombras espantosas? ¿A quiénes sino a ellos y a su maestro debemos las difusas nubes plateadas que flotan sobre nuestros ríos, formando sutiles masas de una gracia moribunda, con el puente en curva y la barca balanceándose? El extraordinario cambio que ha sucedido el clima de Londres durante estos diez últimos años se debe por entero a esa escuela artística particular. ¿Te hace gracia? Considera el tema desde el punto de vista científico o metafísico, y verás que tengo razón. En efecto: ¿qué es la Naturaleza? La naturaleza no es la madre que nos dio a luz, es creación nuestra. Es en nuestro cerebro donde cobra vida. Las cosas son porque las vemos, y lo que vemos y cómo lo veamos depende de las Artes que nos hayan influido. Mirar una cosa es muy distinto de verla. No se ve una cosa hasta que se ha comprendido su belleza. Entonces y sólo entonces adquiere existencia. En la actualidad la gente ve nieblas no porque haya nieblas sino porque poetas y pintores le han enseñado la belleza misteriosa de tales efectos. Podrá haber habido nieblas en Londres desde hace siglos. Hasta me atrevo a decir que no han faltado nunca. Pero nadie las veía, y por lo tanto nada sabemos de ellas. No existieron hasta el día en que el Arte las inventó. Y ahora hay que reconocer que se abusa de ellas. Se han convertido en burdo amaneramiento de una pandilla, y el exagerado realismo de su método provoca bronquitis en las gentes obtusas. Allí donde el hombre culto capta un efecto, el inculto coge un resfriado. Así pues, seamos compasivos e invitemos al Arte a volver su mirada maravillosa en otra dirección. Ya lo ha hecho en realidad…



La decadencia de la mentira de Oscar Wilde